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Serafina Núñez, Cuba, 1913
A un ruiseñor
Dulce señor del reino que enamora
inventando la estatua del desvelo
por el agua sin fin donde ya es vuelo
la partida granada de su aurora.
¿Para la alcoba de qué dios implora
el herido diamante de ese cielo
goteando en tu garganta?...¿Qué alto
tu canto muda en brasa, y fluye y dora,
alba perfecta en música inaudita,
y sostiene las ideas del rocío
y detiene la muerte a su albedrío?
Un ángel en tu voz alza su coro
y en las serenas márgenes habita,
en pura nieve derramado oro.
Estancia de lo eterno
Amor de ti mi alma desdoblada
jadeando tu presencia a hez de hombres,
angustia de tu rostro la ganaba
en rara geometría y rudos cobres.
Polvo cansado por mi sien pasaba
–fechas, palomas, universos, nombres–
y el terrestre cuidado iluminaba
clima a tu reino en soledades pobres.
Amor de ti era sollozo ardiente
mordiendo el fruto de mi triste tarde.
Ahora te sello: ¡Oh huésped diferente!
Tu lluvia me desciende olor temprano,
tierno misterio entre mis venas arde
y es ya tu sombra el único verano.
Estoy sobre tu sol...
Estoy sobre tu sol y tu sonrisa.
Para mi dalia busco luz y canto
en la guitarra tierna de tu brisa
desatada en el pecho con quebranto.
Funda a mi cielo bajo tu divisa
de playa abierta y mariposa, en tanto,
fluye el rumor caliente que agoniza
en mi frente, sus alas en espanto.
Deja tu flor fluyente y veladora
en la ribera dulce que te implora
mi pez soñando por tu madrugada.
A mis palomas dale norte y flecha,
ata mis pulsos, grábame tu fecha,
y siémbrame en tu tierra desvelada.
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